4/12/09

puigverd, avui a lv

Quien más quien menos contribuye con su manera de informar a exacerbar las emociones. Y acostumbrado al juego del estímulo-respuesta, el Dios de la Audiencia exige sin cesar sorpresa y morbosidad. Los periodistas ya sólo pensamos en provocar grandes impactos. ¿Quién puede reflexionar sobre un conflicto histórico ante la visión de niños troceados por los bombardeos? La política se cuenta como una película de buenos y malos: el reparto del poder entre Catalunya y España, la crisis económica, el legado del fotógrafo Centelles, la corrupción o los sumarios de Garzón. Informar es narrar. Leemos novelas de corrupción, vemos combates de boxeo ideológico y nos presentan grandes misterios (todo es sospechoso). Somos empujados a juzgar cada capítulo de estas narraciones políticas como se hacía en el Coliseo de la vieja Roma. Embargados por la emoción, identificados con una u otra fiera, condenamos o aplaudimos sin cesar. Mejor dicho: generalmente linchamos. La razón –aquel ideal de los ilustrados– se perdió por el camino.

Llum!!!