A los consejos mencionados añádase todavía uno: delimitar o describir
siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver tal cual es en
esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus aspectos, y pueda
designarse con su nombre preciso y con los nombres de aquellos elementos que la
constituyeron y en los que se desintegrará. Porque nada es tan capaz de
engrandecer el ánimo, como la posibilidad de comprobar con método y veracidad
cada uno de los objetos que se presentan en la vida, y verlos siempre de tal
modo que pueda entonces comprenderse en qué orden encaja, qué utilidad le
proporciona este objeto, qué valor tiene con respecto a su conjunto, y cuál en relación
al ciudadano de la ciudad más excelsa, de la que las demás ciudades son como casas.
Qué es, y de qué elementos está compuesto y cuánto tiempo es natural que perdure
este objeto que provoca ahora en mí esta imagen, y qué virtud preciso respecto a
él: por ejemplo, mansedumbre, coraje, sinceridad, fidelidad, sencillez, autosuficiencia,
etc. Por esta razón debe decirse respecto a cada una: esto procede de Dios;
aquello se da según el encadenamiento de los hechos, según la trama compacta,
según el encuentro casual y por azar. Esto procede de un ser de mi raza, de un
pariente, de un colega que, no obstante, ignora lo que es para él acorde con la
naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me relaciono con él, de
acuerdo con la ley natural propia de la comunidad, con benevolencia y justicia.
Marco Aurelio, Meditaciones (III, 11)